Ahora quitemos los crucifijos, pasemos la goma de borrar por aquellos besos que le hemos dado a las cruces que nuestras madres llevaban en el pecho. Echemos en la hoguera ese pequeño Cristo que viajaba en el bolsillo camino del examen. Rompamos la foto de madre Angelita. Digámosle a nuestros hijos que la estampa del Señor —en Sevilla vive en San Lorenzo— nunca nos ayudó. Reneguemos de aquella mañana inolvidable, cuando nuestro bebé recién salido del hospital conocía con tres días de vida a la Esperanza.
¿Que son vivencias personales de la vida de cada uno? De acuerdo. Entonces quitemos a nuestros hospitales los nombres de Macarena, de Rocío, de Valme. Venga, quitemos esos nombres. ¿O no son centros públicos? Cerremos sus capillas, descolguemos los cuadros de la Virgen, tapemos con cemento sus azulejos, esos retablos a los que tanta salud hemos pedido. Retiremos los crucifijos de las habitaciones de los hospitales. Demos de baja a los capellanes. Apartemos a Dios y a su Madre de las residencias públicas del dolor. Y el más valiente, que se lo cuente a los enfermos.
Articulo de Victor M. García-Rayo publicado en ABC de Sevilla de ayer
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